miércoles, 24 de noviembre de 2010

La mirada invisible

Muestra Internacional de Cine

Las crisis políticas, las guerras y las dictaduras son temas llamativos para el cine. Sin embargo, las películas que han abordado la dictadura militar argentina, que inició en 1976 y terminó en 1983, han sido relativamente pocas y mucho menos las que lo han hecho desde un punto de vista crítico o reflexivo. (Existe un caso patético, por cierto, Imaginando Argentina de Christopher Hampton, en el que Antonio Banderas interpreta a un escritor que gracias a un talento sobrenatural puede ver el destino de algunos desaparecidos.) Por fortuna, La mirada invisible de Diego Lerman es una de esas escasas excepciones. Marita (Julieta Zylberberg) es una joven que trabaja en una escuela para adolescentes. El instituto se convierte en una muestra de la represión que el país sudamericano sufrió en aquel período. Para los alumnos está prohibido imaginar, vestir con prendas ajenas al uniforme o atender a sus instintos emocionales. Para los profesores también. La protagonista desarrolla sus acciones en tres espacios fundamentalmente: la escuela, su casa y el metro que la lleva de un lugar a otro. En el primero exhibe un gusto genuino por uno de los alumnos. Pero al mismo tiempo mantiene una tensa relación con su jefe inmediato. En el segundo convive con su madre y su abuela; la figura masculina está ausente. (La mirada invisible está basada en el libro Ciencias morales de Martín Kohan en la que sí existe una figura varonil: el hermano de Marita. El hecho de que éste haya desaparecido de la cinta ofrece nuevos caminos de sentido e interpretación.) La mayor parte del filme la cámara se apega a su objeto de estudio, el personaje principal, a través de tomas cerradas, close-ups o planos medios. Existe, sin embargo, una escena abierta representativa: aquella en la que se mira desde lo alto el patio del instituto. El lugar donde las personas deberían realizar actividades recreativas es un sitio frío, inmenso y vacío por donde la protagonista transita sola. En la medida que el relato se desarrolla Marita contiene sus impulsos sexuales y los transforma en actos violentos y sórdidos: espía a los hombres en el baño, desde la cabina del retrete, mientras se masturba. El largometraje de Lerman ofrece una afilada crítica a la enaltación exacerbada de los nacionalismos. El final deja una huella dolorosa e irremediable en el personaje principal. Justo como le sucedió a la sociedad argentina.

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