viernes, 19 de noviembre de 2010

Bowie y sus dobles*

1. 5:15. ¿Es éste el lugar? Todo está muerto, oculto. Una cabaña se encuentra debajo de la cima. De pronto, un hombre delgado y blanco que viene de las estrellas aparece vestido con una gabardina oscura. Lo que percibimos es el sonido de sus botas chocando con la arena de las montañas. Un poco más adelante entra en una casa. En ella mantiene una conversación con otro hombre. Close-up. Nuestro starman es enfocado. Uno de sus ojos es marrón, el otro azul.

Se trata de la escena con la que David Bowie debutó como actor de cine, en la película
El hombre que cayó a la Tierra (1976), de Nicolas Roeg. Curiosamente ese personaje, llamado Thomas Jerome Newton, tiene la misma fascinación por la electricidad que el científico Tesla, su más reciente interpretación en El gran truco (2006), de Christopher Nolan.

2. La capacidad histriónica de Bowie se reveló con anterioridad a su primera incursión cinematográfica. Su rostro, al igual que su nombre, ha servido de molde a múltiples personalidades. Todas ellas complejas y a la vez fascinantes. Su figura, espigada como la de un Quijote triste, se confunde lo mismo con un vampiro cuya vida se desvanece en menos de 24 horas
como John en El ansia, de Tony Scott que con un prisionero de guerra muerto por insolación como el mayor Jack Celliers en Feliz Navidad señor Lawrence (1983), de Nagisa Oshima o con un científico perturbado, obsesionado con el poder de la energía eléctrica y la posibilidad de la teletransportación humana como el ya mencionado Tesla en El gran truco. Así, Bowie ha encarnado a lo largo de su vida a un personaje clásico, casi tan emblemático como algunos de los protagonistas de los relatos surgidos en las corrientes alemanas del romanticismo en la literatura o del expresionismo en el cine. El Doppelgänger, tal cual.

Todo comenzó con una pelea estudiantil. David Robert Jones
tenía 14 años y aún no portaba el nombre de David Bowie recibió un puñetazo de uno de sus compañeros, George Underwood (donosamente uno de sus amigos actuales, colaborador en los diseños de portada de algunos de sus discos, como Hunky Dory, de 1971). El impacto tuvo lugar justo en el ojo izquierdo, en el que quedó dañado para siempre el esfinter, lo que provocó la dilatación de la pupila y, en consecuencia, un cambio irreversible de color. A partir del accidente, como si el resto del cuerpo exigiera también transformaciones, una serie de alter egos comenzó a desprenderse de la efigie de Bowie: Ziggy Stardust, Aladdin Sane, The Thin White Duke... Algunos se arraigaron tanto en él que le resultó difícil deshacerse de ellos. En el cine ha ocurrido algo parecido: cuando vemos un personaje interpretado por Bowie, notamos que en el artista inglés opera una especie de mimetización espectral, como si se tratara de una faceta más de la figura principal, él mismo.

3. Sus caracterizaciones no necesariamente han aparecido en películas destacadas. No obstante, algunas de ellas se han convertido en verdaderas obras de culto debido en gran parte a su presencia. En Zoolander (2001), cinta protagonizada por Ben Stiller que cuenta las andanzas de una estrella masculina del modelaje, por ejemplo, Bowie interpretándose a sí mismo cual insignia del diseño de autor (recordemos sus apariciones en alfombras rojas portando trajes de alta costura) interviene en una escena como juez de una batalla callejera entre dos modelos que se disputan el título a la mejor imagen del año. El filme es una suerte de parodia de la cultura del espectáculo que, con la participación de Bowie, agrega una alusión significativa tanto a ese mundo como al escenario cinematográfico. De esta manera, el universo que Bowie ha conformado se sitúa en el límite que separa la realidad de la ficción, donde habitan de igual forma personajes como los freaks de la cinta homónima de Tod Browning –referidos en la estética visual y las letras del disco Diamond Dogs, de 1972 que seres extravagantes y geniales como Andy Warhol –a quien Bowie intrepreta en Basquiat (1996), de Julian Schnabel.

Bowie, sin embargo, también ha trabajado en filmes sobresalientes: para Martin Scorsese interpretó a Poncio Pilatos en
La última tentación de Cristo (1988); junto a David Lynch construyó a Philippe Jeffries en Twin Peaks: Fire Walk With Me (1992); colaboró con Christopher Nolan en El gran truco. Su intervención en esos filmes tuvo una duración temporal relativamente escasa. Sin embargo, cada uno de esos papeles funcionó como una especie de ojo que mira a través de la cerradura. Así, en La última tentación de Cristo Bowie no sólo encarna una de las figuras fundamentales en el relato de la crucifixión de Jesús –Pilatos es quien lo condena a muerte–, sino que a partir de su participación la cinta ofrece su mejor aporte: la posibilidad de que Cristo abandone la misión de morir por los hombres y, por el contrario, elija la vida terrenal, una mujer, hijos. En Twin Peaks su aparición es de apenas dos minutos: un soliloquio aparentemente incongruente en la voz de Jeffries desata una cadena de hechos violentos que configura el mundo onírico de Lynch. La figura de Bowie no sólo es la llave que cambia la dirección inicial de la historia sino también el elemento que revoluciona la narrativa del filme del director estadounidense. Por su parte, el sujeto que encarna en El gran truco es el de un hombre que existió en realidad, Nikola Tesla, que se situó como uno de los grandes oponentes de Thomas Alba Edison. En la cinta se retoman los experimentos que realizó con energía eléctrica, pero se agrega una invención propia de la figura bowieana: una máquina productora de dobles. No de manera alegórica sino tangible. Un artefacto capaz de crear auténticos clones. Ese instrumento es parte fundamental de la trama de la película. De este modo, las cintas en las que Bowie tiene apariciones dibujan, con movimientos espirales, figuras que se debaten entre lo real y lo ficticio, entre lo groteso y lo sutil.

4. La escalera que conduce al piso inferior desemboca en el inicio de una nueva escalera. El piso y el techo se confunden. No hay un arriba o un abajo. Los pasillos son auténticas paradojas que, entrelazadas, no tienen principio ni fin. Todo es infinito. En ese escenario
–basado en la pintura Relatividad (1953) del holandés M. C. Escher– Bowie consigue una de sus actuaciones más logradas. La escena pertenece a Laberinto (1986), de Jim Henson. En ella juega el rol de Jareth, el rey de los duendes. No hay mucho que agregar. Es capaz de encarnar, con maestría –y sobre todo con autenticidad–, a cualquier personaje, recurriendo lo mismo a la mímica aprendida a Marcel Marceau que a la voz esculpida por sí mismo. Siempre y cuando esta creación, claro, pertenezca a uno de los mundos que habita. Todo visto a través del ojo izquierdo. 5:15. ¿Es éste el lugar? Aún no lo sé.

*Este texto fue publicado en la edición 55 de La Tempestad, dentro del dossier
"Las mutaciones de David Bowie". Volumen 9, julio-agosto de 2007


jueves, 18 de noviembre de 2010

El hijo de Babilonia

La caída del régimen de Saddam Hussein ha sido motivo de reflexión en distintas películas. Algunos ejemplos brillantes, que abordan el tema desde la perspectiva del pueblo kurdo, son Las tortugas pueden volar y Media Luna, ambas de Bahman Ghobadi. El hijo de Babilonia de Mohamed Al-Daradji se inscribe en este contexto. Un niño y su abuela inician un viaje a Irak para encontrar a un ser querido, papá del primero e hijo de la segunda, que fue encarcelado en Bagdad. El desierto es el primero de muchos obstáculos que tienen que librar. No obstante, la esperanza deviene desilusión y lo que comienza como un trayecto optimista se convierte en un pesaroso recorrido: abuela y nieto intentan encontrar los restos de su familiar luego de saber que probablemente éste murió años antes. El filme refleja las complejidades por las que atraviesa el pueblo kurdo. El ritmo moroso de la cinta coincide con los sentimientos de los protagonistas. El desierto es una metáfora de la angustia y la desolación. La película contiene excelentes pasajes visuales, como la secuencia final, donde el ocaso del firmamento se apodera de la vida del niño. El hijo de Babilonia se presentó en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La leyenda del tío Boonmee

Dentro de la 52 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional se presentó la cinta ganadora del pasado Festival de Cine de Cannes: La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raleuk chat). Apichatpong Weerasethakul construye un relato contemplativo en el que el personaje principal vive sus últimos días al lado de su esposa e hijo, ambos entes fantasmales que aparecen sorpresivamente. La muerte no se aborda desde una perspectiva trágica, sino como un pasaje de transición entre distintos estados. Visualmente el filme tiene momentos sobresalientes, como el que ocurre en la cueva, cuando Boonmee está a punto de morir. Allí, el protagonista menciona: "Aquí nací hace mucho tiempo. No recuerdo si era un animal, una niña o un niño". O cuando una mujer ve su reflejo en el agua y es poseída por un ser divino en forma de pez. La muerte es también la oportunidad de conseguir la juventud eterna. El director tailandés expone una afilada crítica al modernismo a través de un giro de 180 grados en la película: el ambiente místico se convierte repentínamente en un escenario artificial y frío. El verde de la Naturaleza se difumina y en su lugar aparecen sobres colmados de dinero. El desenlace muestra una imagen perturbadora: los personajes se desdoblan y ven a sus otros yo. Sin embargo, no pueden entablar comunicación con ellos; pertenecen a un universo extraño del que, potencialmente, no podrán escapar.