martes, 17 de agosto de 2010

El instante que se desvanece*

Se trata de pronunciar una palabra cuyos efectos,

en la existencia, pueden ser prácticamente infinitos.

Alain Badiou

El presente –la síntesis originaria que versa sobre la repetición de los instantes (Deleuze), un tiempo entre dos tiempos, un fragmento de la realidad (Barthes)– es el tiempo del amor. El amor –la innovación incesante del riesgo y la aventura contra la seguridad y la comodidad, la experimentación del mundo a través de la diferencia (Badiou), la transferencia imposible de significados (Barthes)–, sin embargo, solamente puede pensarse en pasado, en forma de relato, a través de un recuerdo, una novela, una pieza teatral, un filme… Los primeros tres largometrajes –Reconstrucción (2003), Allegro (2005) y Offscreen (2006)– del director danés Christoffer Boe giran alrededor de esta idea y reflexionan sobre la condición del amor: un instante que se desvanece.

En Elogio del amor, conversación entre Alain Badiou y Nicolas Truong sostenida en 2009, el filósofo francés habla de un encuentro fortuito, del momento en que el sujeto asume que el mundo puede entenderse desde la diferencia y no sólo desde la identidad. Pero para que eso suceda es necesario abolir el azar y reinventar el presente, de manera permanente. Los protagonistas de las películas de Boe (Rungsted Kyst, 1974) intuyen lo primero pero, impedidos para lo segundo, habitan un mundo en el que realidad y ficción se confunden. Atrapados en los laberintos de la memoria, intentan reconstruir lazos sentimentales, regresar al pasado para explicarse la ausencia de la amada o reproducir hasta el infinito un presente imposible en el que se mantienen a su lado. No hay, sin embargo, sincronía. Pierden la razón.

El primer largometraje del cineasta es un ensayo sobre el amor que reincide en su procedimiento constructivo. Alex (Nikolaj Lie Kaas), fotógrafo, es el novio de una joven rubia, Simone. Una tarde descubre un rostro misterioso que, al mismo tiempo, le resulta conocido. Aimee es la esposa de un famoso escritor que viaja a Dinamarca para promocionar su libro más reciente. Ambas mujeres son encarnadas por la encantadora Maria Bonnevie. (El doble femenino, como sucede en Por el lado oscuro del camino de David Lynch con Renee y Alice, interpretadas por Patricia Arquette, anuncia la transformación del deseo producida por un objeto amoroso que es, simultáneamente, él mismo y lo otro.) El personaje principal de la cinta se acerca a la desprendida Aimee y deja atrás a Simone. A partir de entonces su vida se convierte en un relato que se desmorona exponencial e irreversiblemente. Para representar el suceso, Boe muestra una secuencia en la que la silueta de Alex cae precipitadamente en un escenario que tiene como fondo los fotogramas de una película: el desmoronamiento se efectúa paralelamente en la historia y en el filme.

Los protagonistas de la cinta son marionetas que el creador (una sigilosa voz omnisciente) manipula a placer arrebatándoles recuerdos, alterando sus sentimientos, reordenando el espacio en el que se desenvuelven. En un instante, la película subvierte la historia principal y ofrece una bifurcación: Aimee intenta escapar a Roma con Alex, su amante. Simone desconoce a su novio, pero cuando se encuentra de nuevo con él queda prendada. Mientras tanto August, el escritor, esboza una novela en la que los protagonistas son animados audiovisualmente. El resultado de este mecanismo –un puente entre el discurso y la historia– es precisamente lo que el espectador de Reconstrucción está presenciando.

En Fragmentos de un discurso amoroso (1977), Roland Barthes afirma que el olvido significa pensar en alguien y despertar constantemente del olvido: «sin olvido no hay vida posible». La reconstrucción de la historia amorosa en la que Alex participa es un ensayo ininterrumpido donde las personas que lo rodean desestiman el pasado. El personaje sufre un desorden de percepción temporal del que no logra desprenderse: no puede vivir porque no puede olvidar, y queda atrapado en un territorio al que también pertenecen Zetterstrøm y Nicolas, personajes de Allegro y Offscreen, respectivamente.

La segunda película de Boe materializa geográficamente su concepción espaciotemporal del amor. El presente y el pasado se fusionan, creando un horizonte nebuloso. Zetterstrøm (Ulrich Thomsen), un pianista que olvidó su relación con Andrea (Helena Christensen), regresa a Copenhague para ofrecer un concierto. Ahí descubre que, debido a una explosión, una parte de la ciudad denominada la Zona se ha vuelto inaccesible. Dentro se encuentran sus recuerdos, sus sentimientos. Como Reconstrucción, Allegro utiliza un narrador ubicuo para contar una historia que se reconstruye en la medida que la cinta avanza. La voz omnipresente, que proviene de un personaje que inesperadamente se presenta con Zetterstrøm, lo obliga, con ayuda de un hombre en silla de ruedas, a recordar a Andrea sin recurrir a flashbacks. Utiliza en cambio una cadena de imágenes formada por situaciones fragmentadas de la historia amorosa que se insertan en la película, haciendo del presente la consecuencia de un pasado que, potencialmente, nunca existió. O tal vez sí.

La Zona es una imagen. Una pantalla impenetrable. El espacio en el que Zetterstrøm ha guardado sus recuerdos, pero también en el que Boe proyecta su universo. En una secuencia dentro de ese espacio, el protagonista perdido de Allegro tropieza con Alex, de Reconstrucción, y entabla con él una enrarecida conversación. Ninguno sabe adónde ir. El amor los ha extraviado.

El término allegro designa la velocidad de una obra. Aunque su uso es casi exclusivamente musical –de ahí su relación con la profesión del personaje–, Boe lo utiliza como metáfora de un vínculo temporal complejo, que relaciona el ritmo de la cinta con el de la historia de Zetterstrøm y Andrea. Pero el danés no recurre al artificio de una edición vertiginosa, prefiere un montaje que obedece a la cadencia del protagonista.

Barthes menciona que «la fuerza amorosa no puede transferirse, ponerse en manos de un Interpretador; ahí queda, en estado de lenguaje, encantada, intratable». Así, el enamorado es el emisor-destinatario de un mensaje. ¿Un loco? Alex y Zetterstrøm, actores de un relato inacabado y en continua reestructuración, son los actores de un ser todopoderoso (acaso el narrador modelo que describe Umberto Eco en Seis paseos por los bosques narrativos, el que se acerca al receptor para decirle que no está ante una historia real sino frente a un episodio imaginario que él manipula) que los enfrenta a una disyuntiva: recobrar los recuerdos –y por ende el dolor– a cambio de retener el amor perdido u olvidar y mantenerse en la nada.

El desenlace de las historias de los primeros dos filmes de Boe es desolador. El enamorado –Alex o Zetterstrøm– no halla un espacio propio. Su discurso amoroso destruye un mundo a la vez ficcional y real, sus emociones hacen eco de uno de los Fragmentos de Barthes: «Dirijo sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente como alocutor. De esta distorsión singular, nace una suerte de presente insostenible; estoy atrapado entre dos tiempos, el tiempo de la referencia y el tiempo de la alocución». El enamorado emite un mensaje para una persona ausente. El presente, de nuevo, existe apenas como nube intangible.

Offscreen es a la vez el ejercicio más complejo y el menos logrado de Boe. Nicolas Bro, homónimo del actor danés que lo encarna (el director distorsiona la historia para simular su pertenencia a la realidad; él mismo aparece en la película), que participó en Reconstrucción y Allegro, adquiere una cámara de video y graba los últimos momentos de su relación con Lene Maria Christensen, que también se interpreta a sí misma. La cinta cobra vida con este dispositivo, el espectador solamente observa las imágenes que contiene. Luego de la ruptura, Nicolas se convierte en el director de su propia cinta y recrea el pasado con la ayuda de Trine Dyrholm (un nuevo doble de la mujer), que representa a Lene Maria. El personaje masculino es el resultado final del experimento de Boe sobre la figura del autor. Si en Reconstrucción es encarnada por la voz de August, un escritor que además participa del relato, y en Allegro por un ser extraño auxiliado por un hombre en silla de ruedas, en Offscreen no hay ya agentes exteriores que ayuden al protagonista a construir la trama de su destrucción. El enamorado es el dueño de su discurso. Sin embargo, la conclusión es catastrófica: Nicolas registra obsesivamente el desenlace de su relación con Lene Maria y termina convirtiéndose en un asesino serial que graba cada una de sus acciones.

En Elogio del amor, Jean-Luc Godard –como Badiou en la conversación homónima (que tomó su título de la película)– concibe el amor como un proyecto que debe reestructurarse ininterrumpidamente. Christoffer Boe, quien a su vez se apropió de algunas ideas de esa película (por ejemplo la escena que abre y cierra Reconstrucción, donde un mago anuncia a través de la prestidigitación el desconcierto amoroso), entiende que en el amor este propósito es imposible. Alex, Zetterstrøm y Nicolas son figuras que luchan por apresar un discurso que se disuelve; cuando logran hacerlo –eventualmente en los primeros dos casos, plenamente en el tercero– pierden la oportunidad de mantenerse junto al ser amado.

Si el presente es el tiempo del amor, ¿cómo abordarlo si desaparece, si se vuelve inaccesible? Acaso Boe apunta en la misma dirección que Barthes: «Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de la angustia».•

*Este texto fue publicado en la edición 73 de la revista La Tempestad. Julio-agosto, 2010

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