lunes, 18 de mayo de 2009

Periodismo

Desde la publicación de A sangre fría de Truman Capote, en 1959, los relatos periodísticos jugaron un papel determinante para la sociedad. Para muchos críticos esta obra inauguró lo que se denomina la novela de no ficción –término que Tom Wolfe se encargó de describir en Nuevo periodismo (1975)–, refiriéndose a historias fundamentadas en hechos comprobables, pero descritas a través de recursos literarios. A partir de entonces han surgido muchos autores que efectúan profundas investigaciones y las dan a conocer en forma de libro. Como sucede, los resultados van de lo irregular –Noticia de un secuestro y Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez; Territorio comanche, de Arturo Pérez Reverte; o Asesinato, de Vicente Leñero– a lo sobresaliente –Plata Quemada, de Ricardo Piglia; o F, de Justo Navarro.

En la actualidad, hay una serie de periodistas que, alejados de las pretensiones literarias, han creado reportajes que tienen como propósito difundir aspectos de la realidad que trascienden la simple anécdota. Aunque muchos de ellos se preocupan por la calidad narrativa de sus textos, sus intenciones principales pretenden conciliarse con el objetivo de la profesión: dar a conocer información valiosa a la sociedad. La mayoría de los cronistas que han revelado circunstancias incómodas para los sistemas políticos o económicos que abordan, han sufrido atentados. Incluso han sido asesinados.

Ana Politkóvskaya fue víctima de un ataque por la espalda, que propició su muerte el 7 octubre de 2006 (justo en el cumpleaños de Vladimir Putin), luego de soportar un intenso acoso durante varios años por dar a conocer datos sobre la condición de la guerra entre chechenos y rusos. Recientemente apareció Gomorra, de Roberto Saviano, un libro que desmenuza las redes de la mafia italiana de la región de Napoles. Se sabe que el autor vive escoltado permanentemente por temor a ser liquidado. Aquí se puede leer una nota de El País al respecto. En México, la lista de periodistas agredidos es larga. Sin embargo, la mayoría de ellos queda exento. El pasado mes de febrero fue liberado José Antonio Zorrilla, quien estaba encarcelado por el asesinato de Manuel Buendía –efectuado el 30 de mayo de 1984 por denunciar los nexos entre políticos y narcos (una alianza poderosa desde el mandato de Miguel de la Madrid, que a lo largo de los años ha aumentado hasta llegar a la desastrosa situación de ahora). Sergio González Rodríguez también fue atacado mientras realizaba Huesos en el desierto (2001), una investigación sobre las muertas de Ciudad Juárez. No olvidemos el caso de Lydia Cacho cuando denunció las redes de pederastia y pornografía infantil que involucraban a empresarios y políticos, entre ellos Mario Marín, Emilio Gamboa y Kamel Nacif. Los sistemas político-económicos parecen haber creado un mecanismo en el que al atentar contra periodistas que representan un peligro para ellos, confirman el valor de la información que éstos poseen. ¿Cuántas averiguaciones habrán sido iniciadas sin haberse publicado?

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